Son tantas las fobias y filias que se han creado en torno a la producción, comercialización y consumo de alimentos ecológicos que convendría empezar por su definición y aclaración.

La producción ecológica se podría definir como un método de producción agrícola y ganadera que se caracteriza por conjugar prácticas agrarias respetuosas con el medio ambiente, normas exigentes sobre bienestar animal, elevados niveles de biodiversidad y ausencia de productos químicos de síntesis, todo ello para poner a nuestro alcance alimentos saludables y de calidad. En consecuencia, los alimentos así obtenidos reúnen propiedades hoy muy demandadas: salubridad, alta calidad y respeto por nuestro medio.
Obsérvese que no se habla nada de la mayor calidad nutricional de los alimentos ecológicos frente a los productos “tradicionales”. Los nutrientes en unos y en otros son los mismos, está claro. Una reciente publicación de un estudio de la Universidad de Stanford, niega la superioridad nutricional de la comida ecológica frente a la convencional, poniendo en la picota a los alimentos ecológicos.
Pero insisto, no es en la calidad nutricional donde los alimentos ecológicos se diferencian; salubridad, calidad y respeto al medio ambiente son los caracteres por lo que deberían ser valorados, y precisamente ahí es donde radica uno de los problemas de los alimentos ecológicos: la alta valoración económica que los mercados hacen de ellos.
¿Puede ser desmesurado su precio? Sin duda que en algún caso se han aprovechado de su caracterización para elevar los precios, e incluso la deformación del sistema ha sido tal que se han denominado alimentos ecológicos a los que realmente no lo son. Consecuencias ambas de este mundo en el que hoy vivimos.
Pero una cosa debe estar clara: deben ser más caros, pues esos sistemas de obtención antes definidos son menos productivos y económicos que los tradicionales, además de aportar ese plus del que antes hablamos. O…, ¿acaso nos quejamos por pagar más por un jamón de bellota (producto ecológico donde los haya, aunque no requiera de esa etiqueta) que por un jamón de cebo? No, verdad, pues apliquen esa misma regla de tres a todos los productos ecológicos.
En definitiva, como dice un compañero de trabajo: “en la producción ecológica hay que creer, es como una religión; o tienes fé o no la tienes”. Eso sí, es una religión muy sabrosa y bondadosa para/con nuestro cuerpo y planeta. ¿Pueden decir eso todas las religiones? Me temo que no, pero sí que Frescum se va a convertir en el “sacerdote” que nos suministre el “cuerpo” en esa religión.
Imágenes: vida sana, Mi vida con un vegano
Aunque los valores nutricionales no sean mayores, el sabor de los productos es infinitamente mejor. Ojalá pudieramos consumir sólo producto ecológico. Yo personalmente noto la diferencia y los prefiero!
Cuando llegue el consumo masivo llegará el abaratamiento de precios. En Europa se consumé mucho más que aquí, así que pronto lo veremos