-¿Quieres una rosquilla?
-No gracias. ¿Tienes algo de fruta?
-La rosquilla está rellena de crema morada. Morada es fruta.
Este diálogo entre Homer y Lisa Simpson inspira el título de la nueva sección que empiezo a escribir
aquí, sobre la dieta más o menos disociada que sigo en Barcelona.
Esta dieta, rica en lácteos, comida del japonés para llevar y algo de fruta y refrescos, es
la dieta más o menos macrobiótica de un chico de 35 años, que trabaja en una librería,
que escribe libros (y que se los publican), que lleva gafas de pasta negras y bufanditas
y zapatillas molonas por la city. Un poco gili también soy. Vivo en un ático en la plaza
del mercado de La Boquería, puedo comprar todos los productos frescos o casi frescos
sin casi esfuerzo, solo tengo que ponerme unos pantalones, salir de casa, dar cinco
pasos y ya estoy entre los puestos de frutas y verduras, y carnes y pescados, y turistas y
turistas y turistas y turistas. Hay mucho turismo aquí. Al turista le gusta comer bien. Sobre
todo jamón serrano. Hay muchos turistas haciéndose fotitos al lado de los puestos de
embutidos, una foto junto a un buen salchichón ibérico debe ser lo más cool del mundo en
Tokio.
La dieta de un escritor implica cocinar lo menos posible y madrugar por el estilo. La
vitrocerámica está muy bien, da calorcito y eso, pero yo, aparte de la cafetera y algún
cazo con agua para los macarrones, no suelo darle mucho uso. Al microondas sí. Las
palomitas están listas en menos de 4 minutos y las pizzas Dr. Oetker en 6 o 7. A parte
de esto, también hago abdominales y flexiones y procuro comer fruta de verdad. Lo juro.
Fruta de la que pides en el mercado y puedes tocar directamente con las manos y decir
esta es la chirimoya que quiero que me pongas, y ocho ciruelas de estas, pero dámelas
bien dulces.

Tener 35 años implica acercarse peligrosamente a la famosa curva de la felicidad. Esa
curva que hace que las camisetas de algodón con serigrafías modernikis ya no me
queden tan bien. Por mucho que cuide mi barba de aspecto descuidado y por mucho
que mire por encima de mis gafas de pasta con gesto de no saber qué quiso decir
exactamente Roman Jackobson cuando dijo aquello de “algo es bello en relación a su
contexto”, no conseguiré un vientre plano ni toda la vitalidad que necesito para escribir
con una dieta a base de pizzas y bolsas de patatas fritas Lays Gourmet. Tengo que comer
mejor. Tengo que escribir mejor. Tengo que echarme novia.
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